Guillaume Bignon. Si los ateos franceses rara vez se convierten en cristianos evangélicos, cuánto más raro es que uno de ellos se convierta en un teólogo cristiano evangélico. Entonces, ¿qué pasó? Se podría argumentar que entre 66 millones de franceses, soy sólo una casualidad, una anomalía. Me inclino a ver esto como la obra de
Guillaume Bignon. Si los ateos franceses rara vez se convierten en cristianos evangélicos, cuánto más raro es que uno de ellos se convierta en un teólogo cristiano evangélico. Entonces, ¿qué pasó? Se podría argumentar que entre 66 millones de franceses, soy sólo una casualidad, una anomalía. Me inclino a ver esto como la obra de un Dios que dice: “Tendré misericordia del que yo tenga misericordia” (Ro. 9:15). Escuchar los hechos quizás le pueda ayudar a usted a decidir por sí mismo.
Crecí en una familia maravillosamente amorosa en Francia, cerca de París. Nosotros éramos católicos, una expresión religiosa que parecía surgir más por tradición y tal vez superstición que por convicción. Tan pronto como tuve la edad suficiente para decirles a mis padres que no creía nada de eso, dejé de ir a misa. Yo perseguí mi propia felicidad en todos los frentes, beneficiado por la dedicación amorosa de mis padres. Se me permitió asistir a una buena escuela, aprender a tocar el piano, y participar en muchos deportes. Estudié matemáticas, física, e ingeniería en la universidad, me gradué de una respetable escuela de ingeniería, y conseguí un trabajo como científico de la computación en el área de finanzas. En el área de los deportes, después de crecer y llegar a medir 6 pies 4 pulgadas, descubrí que podía saltar 3 pies de altura y terminé jugando voleibol en una liga nacional, viajando por el país cada fin de semana para los juegos.
Una parte importante de los ideales de los jóvenes varones ateos franceses consistía en el logro de las conquistas femeninas. En este aspecto yo estaba empezando a tener suficiente éxito para satisfacer los bajos estándares de los vestidores del equipo de voleibol. En general, yo estaba muy contento con mi vida, y en una cultura completamente secular, las posibilidades de que alguna vez yo llegara a escuchar el evangelio—y mucho menos creer en él—eran increíblemente escasas.
Una nueva meta en mi vida
Cuando yo estaba a mediados de mis años 20s, mi hermano y yo estábamos de vacaciones en el Caribe. Un día, caminando de regreso de la playa, decidimos “pedir un aventón” y ver si alguien nos llevaba de regreso a casa. Un coche se detuvo. Dos mujeres jóvenes visitantes de Estados Unidos estaban perdidas y necesitaban ayuda para llegar a su hotel. Por cierto, el hotel estaba justo al lado de nuestra casa, así que nos invitaron a ir en su carro.
Eran lo suficientemente atractivas que mi radar lo captó de inmediato, y empezamos el coqueteo. La chica en la que yo estaba interesado mencionó de paso que creía en Dios— lo que para mis estándares era un suicidio intelectual. También dijo que creía que el sexo pertenecía dentro del matrimonio—una creencia aún más problemática que el propio teísmo, si eso fuera posible. Sin embargo, una vez que las vacaciones terminaron, yo volví a París, ella a Nueva York, y empezamos a noviar.
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