Hace muchos años estaba en un aeropuerto durante una tormenta de hielo. Habíamos llegado tarde por la tormenta y perdimos nuestro vuelo, junto con cientos de otros pasajeros. El aeropuerto estaba lleno de personas irritadas y ansiosas, y aunque el caos parecía bajo control, cada vez que alguien se paraba para quejarse con los agentes
Hace muchos años estaba en un aeropuerto durante una tormenta de hielo. Habíamos llegado tarde por la tormenta y perdimos nuestro vuelo, junto con cientos de otros pasajeros. El aeropuerto estaba lleno de personas irritadas y ansiosas, y aunque el caos parecía bajo control, cada vez que alguien se paraba para quejarse con los agentes del aerolínea, un grupo de personas se unían, produciendo un desorden.
Era tan obvio que nuestras acciones podían afectar a otros. Y es que mis acciones tienen consecuencias no solamente en mi vida, sino en la vida de aquellos alrededor de mí, aun cuando no los conozco. Somos criaturas influenciables. La pregunta es, ¿cómo estoy influenciando a otros, para bien o para mal?
Yo sé que cada uno de nosotros es responsable por nuestras acciones, pero al mismo tiempo no queremos ser piedras de tropiezo para otros. Aún más, mis acciones pueden ser usadas como una bendición para otros. Cuando mis acciones demuestran a Cristo, esto puede ayudar al no creyente a conocerlo y al creyente a conocer más de Él. Cada día tenemos la oportunidad de derramar en el ambiente el olor fragrante del Cristo o el olor desagradable de Satanás; el aroma de la vida o el terrible olor de la muerte, el amor o el odio, la confianza o el miedo, la fe en Cristo o la fe en mí mismo.
Vivir por fe y no por ver
2 Corintios 5:7 nos dice que “por fe andamos, no por vista”. ¿Por qué no por vista? Porque caminamos confiadamente sin saber lo que el futuro nos presentará. La fe y el miedo son parecidos en que estamos creyendo en algo que aun no ha pasado, pero la fe produce resultados positivos, mientras el miedo negativos. Cuando nos llenamos de miedo estamos creyendo que lo peor pasará, mientras cuando caminamos por fe creemos que “para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito”, Romanos 8:28.
Tanto la fe como el miedo nos requieren creer en algo que no ha pasado todavía. Pedro es un ejemplo perfecto. Él tuvo la fe en el Señor para salir del barco y para caminar encima del agua, pero tan pronto quitó la vista del Señor, el comenzó a dudar, y entonces comenzó a hundirse (Mateo 14:23-32).
Es el Señor y solamente el Señor quien nos puede dar el poder de vivir por fe y sin miedo: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” 2 Timoteo 1:7. Es a través del dominio propio, ejercitando la fe, que uno puede dominar el miedo. Comenzar dando pequeños pasos por fe produce un crecimiento en la fe para que cada paso sea más grande; y aunque el próximo paso sea más difícil, uno siente menos miedo porque la presencia del Señor se hará mas evidente.
No hay por qué temer
La obediencia al Señor a través del dominio propio, dado por Su Espíritu, demuestra mi amor al Él. Él ha quitado nuestro castigo para que aun en la peor circunstancia, aun hasta la muerte, el lugar donde voy es mejor que cualquier sitio en que yo residiría aquí. Conocer íntimamente el perfecto amor de Jesús, me llena de valor para caminar con Él. “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor involucra castigo, y el que teme no es hecho perfecto en el amor”, 1 Juan 4:18
¿Cual será entonces mi forma de caminar? ¿En fe creyendo las promesas del Señor o con temor dudando lo que Él puede hacer? La decisión es nuestra, pero recuerda: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama” Mateo 12:30.
Por: Catherine Scheraldi de Núñez