Muchos hemos escuchado desde el púlpito amonestaciones del tipo: “Esos hermanos que solo calientan la banca, pero no vienen a las actividades, se van a enfriar”, o reclamos del tipo: “Tu ausencia de las actividades demuestra tu falta de compromiso y servicio”. Estas son expresiones que caracterizan la idea equivocada de que el activismo es la medida del cristianismo, y el error de pensar que la vida cristiana se trata de participar en un calendario de eventos, programas y actividades de la iglesia.
Las iglesias que centran su ministerio en la organización de eventos, banquetes, fiestas, conciertos y programas como si estas actividades fueran la marca distintiva de un cristianismo genuino, corren el riesgo de desviar su enfoque de lo que realmente importa.
Debemos deshacernos de esta mentalidad y redirigir nuestra comprensión de la verdadera consagración y compromiso cristiano.
¿Qué está mal con el activismo de la iglesia?
1) EL ACTIVISMO ES PARIENTE DEL TEMPLOCENTRISMO
El activismo eclesiástico tiende a confundir a las personas, haciéndolas pensar que la vida cristiana se trata de estar confinado a las instalaciones de la iglesia, ocupado en cuanta actividad ocurra allí. Este enfoque se asemeja peligrosamente al templocentrismo, donde la vida espiritual se limita a los muros de un edificio y a las actividades que allí se realizan. Sin embargo, la vida cristiana no es sinónimo de asistir a eventos o estar constantemente involucrado en actividades programadas. Jesús nos llama a ser “la luz del mundo” (Mateo 5:14). Nuestra fe no debe quedarse encerrada en el templo, sino que debe ser visible y brillar en todos los aspectos de la vida.
Cuando nos enfocamos en el activismo dentro de la iglesia, corremos el riesgo de poner nuestra luz “debajo de un almud”, escondiéndola del mundo que necesita ver la luz de Cristo en nosotros (Mateo 5:15). La verdadera vida cristiana no se trata de asistir a eventos o estar constantemente involucrado en actividades programadas, sino de vivir de tal manera que nuestra luz brille delante de los hombres, para que “vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5:16). La fe cristiana es activa y visible en todas las áreas de la vida, no solo dentro de las cuatro paredes de la iglesia.
2) EL ACTIVISMO ES UNA “MEDIDA DE CONSAGRACIÓN” ENGAÑOSA
Es engañoso pensar que porque una persona asiste a todos los eventos de la iglesia y participa en todas las actividades y programas, ya es una persona consagrada que está “sirviendo” a Cristo o “creciendo” en la fe. El activismo, aunque puede ser bien intencionado, no es un parámetro confiable ni bíblico para valorar la fe y consagración de los creyentes.
La Escritura enseña que “el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7). La verdadera consagración no se mide por la cantidad de actividades a las que asistimos, sino por la condición de nuestro corazón ante Dios. El cristianismo auténtico se manifiesta en una vida transformada por la gracia de Cristo, no en la cantidad de programas en los que participamos. Es posible estar muy involucrado en la iglesia y, sin embargo, estar lejos de Dios. El activismo puede fácilmente convertirse en un sustituto superficial de una relación profunda y genuina con Cristo.
3) EL ACTIVISMO PROMUEVE PRINCIPALMENTE CONSUMISMO RELIGIOSO
El activismo eclesiástico, en muchos casos, es un montaje de eventos y programas donde la mayoría participan principalmente como espectadores, promoviendo una cultura de clientelismo religioso y entretenimiento. Este enfoque reduce la iglesia a un proveedor de servicios religiosos, donde los congregantes asisten para recibir algo, pero no necesariamente para ser transformados o desafiados en su fe.
Jesús denunció este tipo de actitud cuando dijo: “Este pueblo de labios me honra, pero su corazón está lejos de mí” (Mateo 15:8). El consumismo religioso busca satisfacer las necesidades inmediatas o emocionales de los congregantes, pero rara vez conduce a un verdadero discipulado o crecimiento espiritual. En lugar de formar discípulos comprometidos, el activismo puede formar consumidores espirituales, más interesados en el entretenimiento que en el sacrificio y la obediencia que Cristo demanda.
4) EL ACTIVISMO NO PUEDE PRODUCIR UNIDAD ESPIRITUAL
Se suele justificar el activismo apelando a la unidad y armonía que se supone va a producir en la iglesia. Sin embargo, la unidad de la iglesia no puede ser superficial o artificial, sino que solo en Cristo y su palabra los cristianos están verdaderamente unidos en una sola fe. La unidad de los seguidores de Cristo no se basa en la participación en eventos, sino en la comunión en el Espíritu y en la verdad de su Palabra.
El apóstol Pablo nos exhorta a “esforzarnos por mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:3). Esta unidad no se logra mediante actividades organizadas, sino mediante la obra del Espíritu Santo en los corazones de los creyentes. La verdadera unidad es espiritual y no se puede manufacturar a través del activismo. El intento de crear unidad a través de eventos y programas, sin un verdadero fundamento en Cristo, sólo producirá una falsa sensación de cohesión, que eventualmente se desmoronará ante el primer conflicto o crisis.
5) EL ACTIVISMO NO ES SINÓNIMO DE CRISTIANISMO
Muchos pueden participar en eventos y programas eclesiásticos sin ser verdaderamente cristianos. El simple hecho de estar presente en actividades de la iglesia no garantiza la fe genuina. La parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13:24-30) ilustra cómo es posible que personas sin una verdadera conversión participen en la vida externa de la iglesia sin haber experimentado una transformación interna por medio del Espíritu Santo.
El cristianismo auténtico se trata de una relación personal con Cristo, manifestada en una vida transformada por el Evangelio y reflejada en la obediencia a sus mandamientos. Jesús advirtió que no todos los que dicen “Señor, Señor” entrarán en el reino de los cielos, sino solo aquellos que hacen la voluntad de su Padre (Mateo 7:21). Esto implica que la vida cristiana no se define por el activismo o la participación en eventos, sino por la fidelidad a Cristo y su Palabra.
La iglesia no debería medir su éxito por la cantidad de actividades que organiza o por el número de asistentes a sus eventos, sino por la fidelidad a la enseñanza de la Escritura y el fruto espiritual que se produce en la vida de sus miembros. Es posible estar muy involucrado en el activismo de la iglesia y, al mismo tiempo, estar espiritualmente muerto. La verdadera fe se evidencia en la transformación del carácter, el amor a Dios y al prójimo, y la santidad de vida, no en la simple asistencia o participación en programas eclesiásticos.
UNA IGLESIA, NO UNA FERIA.
La iglesia está llamada a ser santa, contra-cultural, hacedora de discípulos y unida solamente en Cristo. Jesús no nos llamó a ser meros organizadores de eventos, sino a ser luz del mundo y sal de la tierra (Mateo 5:13-16).
El verdadero ministerio de la iglesia debe estar centrado en la proclamación del Evangelio, el discipulado fiel, y la edificación mutua en amor y santidad. Debemos recordar que el propósito de la iglesia es glorificar a Dios y edificar a su pueblo, no entretener a las masas ni crear una falsa impresión de consagración a través del activismo.
La iglesia está llamada a reflejar la santidad de Dios, a vivir conforme a su Palabra y a mantener su unidad en el Espíritu. Al centrarnos en Cristo y su Evangelio, rechazando la tentación del activismo como medida de consagración, seremos una iglesia que realmente vive y testifica del poder transformador de Cristo – en el mundo hace falta una iglesia santa, no una feria de entretenimiento.
por: Samuel Hernandez Clemente
Originally posted 2024-08-31 10:13:58.
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