En medio de las luces, los regalos y las festividades comerciales que caracterizan esta época, es vital detenernos a reflexionar sobre el verdadero sentido de la Navidad desde una perspectiva cristiana. Este tiempo no se trata de un consumismo desenfrenado, sino de recordar el acto más grande de amor que el mundo haya conocido: el plan de redención de Dios para la humanidad, manifestado a través del nacimiento de Jesucristo.
La Gracia y el Plan de Redención Divino
Desde antes de la caída del hombre en el Jardín del Edén, Dios tenía un plan perfecto para redimirnos. En Génesis 3:15, conocido como el protoevangelio, Dios promete que la simiente de la mujer herirá la cabeza de la serpiente, anunciando así el plan de redención a través de Cristo. Este plan soberano se despliega a lo largo de toda la Escritura, culminando con el nacimiento, muerte y resurrección de Jesucristo.
“Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envó a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiéramos la adopción como hijos” (Gálatas 4:4-5). Este versículo nos recuerda que el nacimiento de Jesús no fue un evento fortuito, sino parte de un plan eterno.
A pesar de que sabemos que Jesús no nació exactamente un 25 de diciembre, celebramos que un día Dios envió a Su Hijo al mundo para habitar entre nosotros, para traer luz a nuestra oscuridad y para darnos el regalo más hermoso: la salvación por gracia. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9). Este regalo no se basa en nuestras obras, sino en la gracia y la fe. La redención es un don inmerecido que Dios nos ofrece por amor, un amor que lo llevó a sacrificar a Su propio Hijo para pagar el alto precio de nuestro pecado.
La Paz Verdadera: Restauración con el Creador
El nacimiento de Jesús también simboliza la restauración de nuestra relación con Dios, rota por el pecado. En Romanos 5:1-2 leemos: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios”. Esta reconciliación trae una paz profunda que transforma nuestra vida desde adentro.
Jesús mismo dijo: “Mi paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da” (Juan 14:27). La paz que Jesús ofrece no es la ausencia de problemas, sino Su presencia constante en medio de ellos. Es la certeza de que, así como él venció al mundo, también nos da la victoria para enfrentar nuestras aflicciones. “Estas cosas os he hablado para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Esta paz con Dios nos lleva a estar en paz con nosotros mismos y a buscar la paz con los demás. Como dice Colosenses 3:15: “Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos”. Sin embargo, este orden no se puede invertir. Solo cuando nuestra relación con el Creador es restaurada podemos experimentar una verdadera paz interior que se refleje en nuestras relaciones con los demás.
La Esperanza de Vida Eterna
La Navidad también nos recuerda la esperanza gloriosa que tenemos en Cristo. Aunque Jesús nació como un niño humilde en un pesebre, Su propósito fue grandioso: vivir una vida perfecta, morir en una cruz y resucitar al tercer día, venciendo la muerte.
“Sabemos que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, no muere más; la muerte no se enseñorea más de él” (Romanos 6:9). Esta victoria nos asegura que, aunque muramos en esta tierra, tenemos garantizada la vida eterna junto a él. Como nos recuerda 1 Corintios 15:55-57: “¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? Ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”.
Esta esperanza viva nos da una razón para celebrar no solo en Navidad, sino cada día de nuestras vidas. En 1 Pedro 1:3-4 encontramos esta declaración: “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros”.
Un Llamado a Vivir el Verdadero Sentido de la Navidad
Este tiempo debe ser una invitación a alejarnos del materialismo y las distracciones superficiales, y a centrar nuestro corazón en el verdadero significado de esta celebración: el nacimiento de nuestro Redentor. Que nuestras palabras, acciones y pensamientos reflejen gratitud por la misericordia y el amor de Dios, y que vivamos en la paz y esperanza que solo Jesús puede ofrecer.
“Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). En esta Navidad, recordemos que el niño en el pesebre es el Rey de reyes y Señor de señores, quien tiene toda autoridad en el cielo y en la tierra, incluso sobre la muerte.
Celebremos con corazones agradecidos, proclamando al mundo la buena noticia de salvación: Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros, para que podamos tener vida y vida en abundancia. Como declara Filipenses 2:9-11: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”.
Que este mensaje de amor, gracia y esperanza sea el centro de nuestra celebración navideña.
Por Alejandro Villegas
Originally posted 2024-12-18 20:50:56.
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