Hay un cuadro que, desde los días de Charles Finney, se repite una y otra vez. Ese cuadro consiste en animar a quienes asisten a una campaña evangélica a repetir una oración. Una vez cumplido ese requisito, se los declara salvos; es decir, se les asegura que, por haber hecho esa oración, sus nombres han sido inscritos en el Libro de la Vida.
Esta práctica se fundamenta en una torcida interpretación de Romanos 10:9-10:
“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.”
Antes de exponer esta herejía, es fundamental considerar que el hombre, en su estado caído, es un cadáver espiritual. A menos que Dios le dé vida mediante la regeneración, no puede creer ni mucho menos arrepentirse. Bíblicamente, el creer y el arrepentirse son efectos del llamamiento eficaz, o gracia irresistible. Sin embargo, quienes practican este tipo de evangelismo suponen que un muerto puede resucitarse a sí mismo.
¿De qué puede arrepentirse un muerto?
“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados.”
(Efesios 2:1)
¿De qué puede arrepentirse alguien que tiene el entendimiento entenebrecido y no tiene la capacidad de discernir las cosas de Dios?
“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.”
(1 Corintios 2:14)
¿De qué puede arrepentirse alguien cuya voluntad está inclinada hacia el mal?
“Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden.”
(Romanos 8:7)
“Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.”
(Romanos 3:12)
Aquí la Escritura es clara: no hay ni uno solo que haga lo bueno. ¿Qué arrepentimiento puede surgir de semejante ruina espiritual?
¿De qué puede arrepentirse alguien cegado por Satanás?
“Pero si nuestro evangelio está aún encubierto, entre los que se pierden está encubierto; en los cuales el dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios.”
(2 Corintios 4:3-4)
Lo que hace posible el arrepentimiento es la gracia irresistible de la que son objeto los elegidos. Y cuando decimos irresistible, no significa que Dios obligue a nadie, sino que restaura las facultades del alma dañadas por la caída:
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Se restaura la voluntad, para poder obedecer.
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Se restaura el entendimiento, para poder comprender.
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Se restaura la sensibilidad, para poder amar a Dios.
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Se quebranta la incapacidad impuesta por Satanás.
Ellos creen que un hijo de Adán puede engendrarse a sí mismo como nueva criatura en Cristo. Pero eso no es lo que enseña la Biblia:
“Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.”
(Juan 1:13)
A esto se le llama regeneración decisional: la idea de que, animando a los perdidos a hacer una confesión de fe, ellos mismos pueden obtener la salvación. Según esta enseñanza, la salvación depende de una decisión humana. Pero la Biblia enseña claramente que, a causa de la caída, la voluntad humana quedó inclinada hacia el mal (Romanos 8:7).
Jesús habló de esta incapacidad en Juan 6:44:
“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero.”
Charles Finney, quien popularizó esta práctica, no creía en la depravación total del hombre, ni en la necesidad de la justificación. Para él, el hombre tenía la capacidad innata de producir justicia propia y agradar a Dios, haciendo innecesario el sacrificio de Cristo. Estas creencias, lejos de ser bíblicas, constituyen herejías.
La Escritura enseña que la causa eficiente de la salvación no es confesar o declarar, sino ser engendrados por Dios como nuevas criaturas.
“Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.”
(Juan 1:12-13)
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación.”
(2 Corintios 5:17-18)
El apóstol Pablo compara la regeneración con una resurrección de entre los muertos:
“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados.”
(Efesios 2:1)
Un cadáver no puede resucitarse a sí mismo. Así también, el pecador necesita ser vivificado por Dios.
Conclusión
El creer y el arrepentirse no son causas de la salvación, sino efectos de una causa: el llamamiento eficaz y la gracia irresistible. A la luz de esta verdad, nuestra misión es cumplir con la Gran Comisión, predicando el evangelio, confiados en que Dios tiene un pueblo escogido que creerá.
“Quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos.”
(2 Timoteo 1:9)
¡Sublime gracia!